domingo, 2 de marzo de 2008

De casa rural con la gente del pueblo

(Entrada publicada originalmente en mi anterior blog "Mis Buenas Noticias")

Hace unos días fuimos los amigos del pueblo a una casa rural. Lo cierto es que cuando llegué el domingo a casa dormí mejor que nunca, no porque estuviese cansado, que lo estaba, sino porque fue una de esas experiencias que uno no olvida, me fui a la cama con una enorme sonrisa de satisfacción y el corazón lleno de ilusiones.

Aquel fin de semana me recuerda a los veranos que nos pasábamos horas y horas haciendo bobadas juntos en el chamizo del pueblo, nuestro “Txiringuito”. Hacía tiempo que no me reía tanto, seguimos disfrutando igual que si fuésemos quinceañeros, toda la tarde del sábado jugando a polis y cacos (“pueblo duerme”, “mafia”, o como lo queráis llamar), a las películas e incluso cuando parecía que nos apalancábamos, nos dio por jugar al escondite por la casa, al final cenamos tardísimo, ver para creer...

Pero aparte de esto, hubo muchos otros gestos de la gente, sencillos pero profundos que me reconcilian con la humanidad y me afirman que así, otro mundo mejor sí es posible.


Y es que desde la preparación hasta el final todo ha sido bueno: el esfuerzo por quedar en un lugar que nos viniese igual de mal a todos para que todos pudiésemos estar; la disponibilidad de Alicia y de Jimena por buscar la casa, ponerse en contacto con la dueña y adelantar los 100 € de fianza; el reservar el fin de semana para no faltar a la cita; el decir que no a meter horas extra un sábado (Borja perdió un dedo en el curro, pero no la dignidad); los compañeros de trabajo que se ofrecen para cambiar turnos (¡que pena que Sonia a ultima hora no pudiese venir!); generosidad para acoger la propuesta de dejar dinero y que David no se quedase en casa, aunque al final encontrase curro y tuviese que trabajar; el ofrecimiento a la hora de hacer las compras por parte de tod@s y que saliese barato; el poner a disposición de los demás el coche (Ana, Borja, Jordi, Peter) y hacer de chófer durante todo el fin de semana; Alberto, Irene y Jordi que se encargaron de buscar a la señora que lleva la casa, llamar a los demás para que no nos perdiésemos por el pueblo y recibirnos con los brazos abiertos; la música de Borja que nos acompañó durante estos días; también siempre hubo alguien que se acordaba de los detalles para que no nos faltase de nada; la gente que lleva algo para compartir con todos de propina como Jimena, Edu, los mañanitos de los “madrileños” y más cosas que ahora no caigo; el momento de levantarnos el sábado y reunirnos en una habitación para reírnos un buen rato; todo el mundo que se ofrecía para preparar la comida, la mesa, recoger y limpiar; los que dimos el pequeño paseo por el pueblo y respiramos ese aire limpio tan bueno que allí tienen; las discusiones eternas para ponernos de acuerdo en las reglas de los juegos, que fueron casi más divertidas que los propios juegos; las ganas de innovar de Peter para hacer los juegos más divertidos (¡Que majo! Je, je); la “nube” de Ana (¡Qué haríamos sin ti!); el descubrir que nos conocemos demasiado y que no podemos mentirnos porque que se nos nota (Ruth, calladita estabas mejor ;-) ); los gestos de Borja jugando a las películas ¡cómo te lo curras!; las risas que nos echamos a costa del Edu con los juegos para beber; Icíar que se apunta a un bombardeo y ya la hemos adoptado como una más y que intenta empanarse de las paranoias y anécdotas que siempre recordamos; aquella especie de karaoke improvisado que nos montamos a las tantas de la noche con nuestras canciones favoritas; la ilusión que hace vernos en los vídeos de cuando éramos pequeños; aquel gran momento en que nos quedamos Alberto, Ruth y yo los últimos de la noche y que compartimos tantas cosas; Irene y Jordi, que se apuntaron a la movida a última, los mil paseos que se dieron para ir a tirar la basura que estaba lejos de la casa, y que gracias a su ímpetu por hacer cosas fuimos a ver el Monasterio de Veruela y sobre todo que nos levantaron el domingo para subir al Moncayo; los que no fueron al Moncayo y prepararon la comida mientras llegábamos; la preocupación por el descanso de Alberto, de Edu y por mi tripa, siempre dándole ese toque de humor que nos caracteriza y hace más llevaderas estas cosas...

Miro las fotos y siempre hay alguien riéndose, gracias a todos, soy muy afortunado por teneros a mi lado y pasar con vosotros momentos como estos, le hacéis la vida mucho más fácil a uno, no me falta de nada.

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